Amar el poema y odiar al poeta
Sobre combatir a cualquiera que te diga que no puedes hacer algo y los delirios del ego en profesiones creativas.
El verano del 2023 mi vida cambió para siempre y yo cambié sin darme cuenta al mismo tiempo. El 21 de Julio nació «mi bebota».
Hay una frase que les he confesado muchas veces a mis amigos a lo largo de este tiempo y es, que yo no llegué preparado al nacimiento de mi hija como creo que debería haberlo hecho. Mi mujer, a diferencia de mi, leyó mucho sobre maternidad y crianza, sobre psicología, emociones… quería saber lo que venía, se dejó aconsejar, buscó referentes y habló con amigas, aún con todo, lo que llegó fue como un precioso tsunami que nos pasó por encima en muchas ocasiones.
Yo sin embargo viví el embarazo sin ser muy consciente, lo reconozco, seguía un poco en ese declive adolescente en el que nos zarandeamos muchos hasta que la vida nos pone en nuestro sitio, y bueno, aprendí y sigo a prendiendo a golpes cada día desde los últimos nueve meses.
Por desgracia o por suerte no podemos viajar en el tiempo y hacer las cosas diferente, lo que sí podemos es reflexionar, y yo lo he hecho mucho sobre la paternidad y lo que significa, sobre lo que las madres son capaces de hacer en ese trabajo de 24 horas que es cuidar a una persona indefensa y como de repente comprendo un poco mejor lo que significa ser adulto.
Te cuento esto para que entiendas el contexto en el que nace la reflexión de hoy, que no tiene nada que ver directamente con la paternidad, pero si con lo que somos y con los límites que a veces nos ponemos o nos ponen. Puede que en otra carta os cuente mis andanzas como padre, si os apetece.
En agosto de 2023, con una bebé de 18 días nos fuimos a Galicia a pasar el primer mes del permiso de paternidad. Y como te contaba antes, yo me sentía un actor secundario que no se había leído muy bien el guión ni entendía del todo bien al personaje que interpretaba en la película. ¿Qué hacía?. Pues trataba de ayudar, pero en muchas ocasiones lograba el efecto contrario, así que tenía tiempo para leer, jugar al «Zelda Tears of the Kingdom» en la switch y pasear, a veces solo y otras con el carrito por la playa y las calles de Pontedeume, mientras mi mujer descansaba por las mañanas.
Durante esos ratos que la niña dormía, escuchaba podcasts, en concreto, descubrí no sé muy bien cómo: «Una pregunta, literal» de Helena Farré Vallejo. Un programa sobre literatura en el que Helena hace pequeñas reflexiones y entrevista a escritores y personas relacionadas con el universo lector y editorial. Uno de los muchos capítulos que me fascinaron y fascinan fue el que entrevista a Marta San Miguel, escritora y periodista, a la que yo no conocía de nada. Y me encantó. Os dejo el capítulo en cuestión 👇.
Todos somos poetas
Entre otras muchas cosas maravillosas (he reescuchado el episodio para no hablar en base a recuerdos) Marta habla sobre la visión poética de la realidad y lo que significa para ella y lo hace de una forma totalmente desligada del elitismo, la superioridad moral y de ese rollo “intelectualoide” que rodea al lector o al escritor de poesía.
Os recomiendo escuchar la conversación entre los minutos 2’-10’ de la entrevista. De dónde rescataría cada palabra pero me quedaré con la siguiente cita.
Hay muchos periodistas que no son poetas a los que se les atribuye esas cualidades poéticas, es decir la poesía no es un patrimonio solo de los poetas o de los que leemos poesía. […] Yo he escrito poesía y sé que suena un poco boutade, escribo poesía, pero no quiero llamarme poeta, realmente es algo que me abruma.
Esta visión del poeta para mí es absolutamente necesaria, porque me ayuda a evidenciar algo que desde hace mucho tiempo soy capaz de detectar y que rechazo con todo mi ser, y es la cultura del «yo soy» cuando le precede la descripción del «yo hago». El ser y el hacer, dos verbos que demasiadas veces se entrelazan, y sirven a personas inseguras y «snobs» para construir identidades que dejan fuera a quien no se ajusta a una serie de cánones estéticos, de pensamiento o a que ha seguido ciertas sendas de aprendizaje.
La poesía causa rechazo, porque yo mismo me he encontrado en muchas ocasiones odiando lo que representa (y a los que lo representan), la odio cuando se hace pasar por algo inaccesible, algo que funciona en base a unos códigos reservados a unos pocos, que requiere estudio o haber sido tocado por una varita de gracia (Lo cual, no es cierto).
A lo largo de mi vida me he encontrado con grupos y personas que ponían mucho esfuerzo en decirle al resto: “No puedes hacer esto””No lo vas a conseguir””¿Quién te crees que eres?”. Personas, generalmente, recelosas de compartir las fuentes, de explicar el proceso e incapaces de reírse de si mismas (Algo que ya dice mucho). Personas que viven con miedo al mundo exterior y que no se atreven a mirar y aplaudir lo que hacen compañeros en otras ramas. Personas que no entienden que «En todas partes hay tesoros» y que padecen una enfermedad crónica: el pavor a que los demás se den cuenta de que no son tan especiales como proyectan y que su castillo de naipes, su chiringuito de autocomplacencia se desmonte y por tanto dejen de «ser» lo que «hacen» y tengan que empezar a mirar hacia dentro y preguntarse por quién es la persona que cada día se levanta de su cama antes de ir a trabajar.
Os cuento esto para reivindicar que la poesía, tal y como yo la entiendo, es todo lo contrario al sectarismo, es de todos, libre y espontánea, y la mayoría de las veces no tiene nada que ver con libros o panfletos. Por eso te pido que no dejes que nadie la amordace y la maquille a su antojo en tu presencia, que nadie te diga que tú no eres un poeta o una poetisa.
Algo que se hace sin querer
Tal vez en mis palabras hayáis podido encontrar cierto resentimiento, y tendríais razón, el hecho de minusvalorar y limitar a las personas es uno de los temas que más me molestan. Por eso me vuelvo un poco más vehemente al hablar de ello. Pero me sirve como invitación para que unáis a mi causa quijotesca de combatir desde el entusiasmo a todos los «negadores» que os encontréis por el camino.
Volviendo a la entrevista con Marta San Miguel, rescato de nuevo un concepto que espero que me sirva para explicar el punto al que quiero llegar: la mirada poética. Te lo voy a contar en dos direcciones, desde el lado del emisor y el del receptor, porque es algo que echo de menos en muchos profesionales que se dedican a crear u ofrecer cosas, que en el fondo somos la mayoría.
Como hacedores, existen mecánicas accesibles a todo el mundo, formas de hacer aprendidas en base a la repetición o a la formación previa, algunas requieren más o menos técnica o talento, estas te permiten entregar tu trabajo a tiempo y que te paguen a final de mes y que hablen de ti como un buen profesional. Pero, la mirada poética va un pasito más allá, es lo que hace de algo común, algo memorable, es decir que no se va a olvidar con facilidad. Se trata del detalle y la intención de emocionar e influir en lo que piensa el receptor. Y esto para mí es lo más importante, poesía es dejar al otro continuar la frase, no decirle lo que tiene que pensar pero forzarle un poquito a hacerlo, ayudarle a construir el final de la que ahora es su historia, que a veces puede ser una emoción espontánea y otras la moraleja de un cuento con dragones y hechiceras.
Ahora desde el otro lado, el del receptor, el que busca los detalles y se quiere emocionar. Una vez escuché que el que mira lento, piensa lento y lejos de lo que pueda parecer no es un defecto, sino todo lo contrario. Esta frase aparece muchas veces en mi mente y es algo que me obligo a hacer cuando leo, cuando viajo, cuando visito un museo, aunque no siempre es sencillo y cuesta, como masticar la comida 32 veces antes de tragar. La mirada poética te obliga a detenerte en lo que pasa a tu alrededor, el ritmo nos hace pasar por la vida como si esta fuese un McDonald’s, un lugar donde pides y comes sin pensar, rápido, sin valorar nada. Pero cuando te detienes a observar empiezas a percibir pequeñas intenciones en todo, detalles e historias incompletas y el simbolismo se apodera un poco de ti. Entonces una bolsa de basura deja de serlo y a veces es un saco de recuerdos caducados, el fuego es capaz de bailar o ves como el frutero del barrio ha ordenado por tamaños las manzanas en una caja y resulta precioso.
No sé si me he explicado bien, pero como dice mi gran amigo Sergio Santoro, también hay diseño en cómo se ordena el especiero de tu casa. Y por supuesto, también hay poesía en cómo mi mujer se pinta la raya del ojo.
Amo el diseño, odio a los diseñadores
Habrás notado que aunque me dirija a ti en estas cartas, en el fondo estoy escribiendo para mi. Para ordenar pensamientos que llevo rumiando desde hace décadas y a los que intento dar sentido poco a poco.
En esta reflexión hablo de la poesía como algo que está al alcance de todos y que muchas personas hacen sin querer. Y no quisiera ser tan cínico como para quitarle valor al acto poético ni a los buenos escritores y escritoras que lanzan sus poemarios y canciones cada día (Valientes), ni a todos los autores clásicos (Panero, Ángel Gonzalez, Gamoneda, Carlos Bousoño…) y no tan clásicos (Enrique Urquijo, Ismael Serrano, Pablo Hasel, Charly Efe…) que me han inspirado y a los que respeto profundamente. No es eso. De lo que hablo en el fondo es de algo que ya mencioné un par de veces antes: El entusiasmo.
Como le pasaba a Marta San Miguel, aunque me dedico al diseño, me cuesta y me abruma autodenominarme diseñador, porque pienso que el diseño se hace, no se es. Y porque si sustituyes la palabra poesía por diseño a lo ancho y largo de este texto, sigue funcionando y sigo estando de acuerdo al 100% en todo lo dicho previamente. ¿Pero por qué?.
Porque todos los seres humanos diseñamos, mejor o peor, más o menos a conciencia. Dependiendo de para quién lo estés haciendo la percepción de bien o mal cambiará. Todos los datos mienten, todos tienen un sesgo. Si algo emociona a alguien quien diablos soy yo para decir que no está bien. Si algo cumple su función y no ha seguido las mecánicas o los dogmas del proceso teórico perfecto para llegar a la solución ¡que más da!.
Puedes ser diseñador todos los días de tu vida y no dedicarte al diseño, imagino que es algo que no le sucede a los médicos o los abogados. Por eso es absurdo el sectarismo en este sector, porque el diseño requiere de muchas habilidades que no se aprenden en un ciclo formativo ni en una universidad o un instituto de renombre. El diseño se aprende cuidando de tu jardín o regando tus plantas, hablando con tu abuela sobre la guerra civil, en un trabajo precario cargando muebles, viendo películas de Haneke o de James Franco, pintando un mueble que encontraste en la basura u ordenando tu especiero.
Por eso odio a los diseñadores aunque amo el diseño, porque el ego no les deja ver que la mejor diseñadora que conocen es su madre y no Steve Jobs.
Una lectura que te ayuda a ver con otros ojos tu propio día a día, una lectura donde lo sencillo es lo bello dejando el barroquismo al lado. Gracias por hacerme ver que lo esencial es lo que realmente nos hace hacer y va más allá del virtuoso.
Estoy agree contigo. El centro de tu argumento es el que me movió a mi siempre respecto al periodismo. Aunque en mi caso sí soy licenciado en periodismo y he ejercido bastante tiempo, durante unos (lejanos) años fui a decenas de congresos a decirles a los periodistas que los ciudadanos también lo son, y que nuestro papel es ayudarles a serlo. Y ahí el auditorio siempre se partía en dos, entre los del castillo de naipes (su frase más recurrente era: "¿Te dejarías operar por un 'cirujano ciudadano'?") y los que estaban dispuestos a soplar.
"(...) aunque no siempre es sencillo y cuesta, como masticar la comida 32 veces antes de tragar". Poeta ;)